Desde que en mayo de 1915 un submarino alemán torpedeara y hundiera al titánico RMS Lusitania, la gran importancia de los submarinos en la tarea de control del mar se hizo aún más patente. Con el tiempo, el papel que desarrollarían estas naves iría en aumento y su evolución tecnológica sería cada vez más rápida.
Sin embargo, la peligrosidad de los submarinos era un dato muy a tener en cuenta... tanto, que incluso existía un plus económico por enrolarse en ellos y el apodo por el que todo el mundo conocía a estas embarcaciones era bastante esclarecedor y siniestro: La marina ataud.
Si un submarino tenía problemas, vías de agua, descomprensión o simplemente se hundía, su destino era bien simple: Todos la tripulación terminaría sus días allí, en el fondo del mar... Así había sido hasta ahora.
El Squalus apenas se había distanciado unas millas del puerto cuando el capitán, a las 8:00 a.m., ordenó la inmersión. Toda la tripulación se dispuso a sumergirse cuando ocurrió algo imprevisto.
A pesar de que en el cuadro de mandos todas las luces estaban en verde, lo que significaba que el submarino estaba cerrado herméticamente, por la megafonía se informa al capitán de que una gran vía de agua está inundando varios compartimentos.
Desde ese momento, la suerte del USS Squalus estaba echada: O cerraban y contenían esa vía de agua o terminarían ahogados dentro de aquellas paredes de hierro.
Ante el riesgo inminente de que todo el submarino terminase inundado, el capitán afronta una de las decisiones más difíciles de toda su carrera: Debe cerrar inmediatamente los compartimentos inundados y así contener el agua... Esta decisión conlleva dejar tras las compuertas a gran parte de la tripulación.
Todos los que estaban en los compartimentos traseros del submarino comienzan una desesperada carrera por llegar a las estancias que aún quedan sin agua... Tan sólo lo consiguen 5 marineros. La orden llega y las escotillas dejan a 26 marineros al otro lado... 26 hombres murieron en tan sólo unos minutos mientras se anegaban los compartimentos anexos a la sala de máquinas.
Aún así, el submarino no puede salir a la superficie y comienza a hundirse lentamente, hasta llegar al fondo del mar. El USS Squalus está atrapado en el lecho marino a 72 metros de la superficie.
A todos estos problemas se une el peligro que supone la sobrecarga excesiva de las baterías eléctricas del submarino... Un peligro que se soluciona por los pelos, cuando el jefe de electricistas corta la corriente, tan sólo unos momentos antes de lo inevitable...
Ahora, todo parece estar perdido... Sin electricidad, la tripulación permanece a oscuras en el fondo del mar, soportando temperaturas cercanas a cero grados y con la certeza de que jamás, nadie ha salido vivo de una situación así.
La misión de búsqueda y rescate del Squalus se convirtió en una cuestión internacional y se pusieron todos los medios humanos, económicos y tecnológicos disponibles de aquel tiempo.
La segunda razón por la que se salvaron tiene nombre... el nombre de un ingeniero e inventor que será crucial en el destino de los 33 hombres que aún quedaban vivos en el interior del Squalus: Karl "el sueco" Momsen.
Ahora quedaba lo más difícil... Sacarlos del fondo del mar.
Y es aquí donde aparece nuestro inventor... un ingeniero newyorkino al que sin embargo, todo el mundo conocía con el apodo de "El sueco Momsen" y que traía una posible solución para realizar el primer rescate de un submarino.
El plan era el siguiente: Un submarinista tendría que descender hasta el submarino siniestrado y amarrar un cable desde su escotilla superior hasta la superficie. Mediante ese cable se descendería la campana invención del sueco, conocida como "el pulmón Momsen".
La campana debía quedar justo encima de la escotilla y, ajustada herméticamente, permitiría el acceso desde el submarino a 8 marineros (8 men at time) que serían subidos a la superficie.
Nos encontramos ya en el 24 de mayo de 1939 y los marineros del Squalus llevan más de 36 horas atrapados en el fondo del mar. La falta de oxígeno, las bajas temperaturas y peligroso escape de gas hacían que las posibilidades de sacarlos con vida, cada vez fueran menores.
Aún así, la campana comienza su descenso y por fortuna, se acopla perfectamente a la escotilla del submarino... Al abrirla, la alegría entre los 33 supervivientes atrapados se desborda... Era la primera vez que alguien saldría con vida de las profundidades del mar.